El siguiente articulo es tomado de:
RAS
Revista del Aula Social
Núm. 36 2009
ISSN: 1988-1967
Editado por el ICE de la Universidad de Deusto
Infancia explotada en el Mundo
Según datos de UNICEF
(http://www.unicef.org/spanish/protection/index_
childlabour.html), casi tres cuartas partes de los
niños que trabajan en el mundo (171 millones)
lo hacen en condiciones de peligro, como por
ejemplo, en las minas, manipulando productos
químicos y pesticidas en tareas agrícolas o
manejando maquinaria peligrosa. Están en
todas partes, pero no se les ve: trabajan en el
servicio doméstico, en casas particulares, como
obreros tras los muros de las fábricas u ocultos
a la vista en las plantaciones...
Esta misma organización señala que las
estimaciones por regiones arrojan los siguientes
datos (año 2000):
Las regiones de Asia y el
Pacífico poseen la cifra más
elevada de niños y niñas de
edades comprendidas entre los 5
y los 14 años que trabajan:
127,3 millones en total (el 19%
de los niños y niñas de dichas
regiones).
En África subsahariana se estima
que existen 48 millones de niños
y niñas que trabajan. Casi uno
de cada tres (el 29%) menores de
15 años trabaja.
En Latinoamérica y el Caribe hay
aproximadamente 17,4 millones de
niños y niñas que trabajan (el
16% de los niños y niñas de la
región).
El 15% de los niños y niñas de
Oriente Medio y África
septentrional trabaja.
Con la intención de tomar conciencia de la
gravedad del problema, que afecta a niños y
niñas del mundo entero, señalamos a
continuación diferentes situaciones y
testimonios:
La denuncia realizada por la Unión
Internacional de Trabajadores de la
Alimentación, Agricultura, Hoteles,
Restaurantes, Tabaco y afines
(UITA,2004), sobre la Explotación
Infantil en fabricas chinas.
Ikram, 12 años, trabajadora
doméstica en Marruecos.
Roshni, 10 años, trabajadora en un
telar de alfombras de Pakistán.
En China, niños entre
12 y 17 años fabrican
juguetes en
condiciones de
esclavitud
Noticias Gremiales
26 de abril de 2004
UITA - Secretaría Regional Latinoamericana - Montevideo - Uruguay
Montar, empaquetar, montar, empaquetar,
montar, empaquetar... Las 600 jóvenes trabajan
como robots, sin levantar la mirada, darse un
respiro o hablar entre ellas. Todas han llegado
del campo tratando de salir de la pobreza y aquí
están, montando y empaquetando muñecos de
plástico, entre 14 y 18 horas al día, 15 minutos
para comer, permisos reducidos para ir al servicio
y cuatro horas para soñar que en realidad
no están durmiendo en los cuchitriles situados en
la última planta de la fábrica. Una ruidosa sirena
les devuelve a la realidad y les anuncia el nuevo
día mucho antes de que amanezca. Las
empleadas saltan de la cama, se ponen las batas
y forman en línea antes de correr escaleras abajo
hacia sus puestos. La gigantesca nave está
situada en las afueras de Shenzhen, la ciudad
más moderna del sur de China, rodeada de otros
almacenes parecidos, más o menos grandes,
algunos con más de 5.000 empleadas.
En China se las conoce como dagongmei o chicas
trabajadoras. Jóvenes y adolescentes dispuestas a
producir, producir y producir sin descanso por un
sueldo de 18 euros al mes del que los jefes
descuentan la comida y lo que llaman “gastos de
alojamiento”. Las cientos de miles de factorías de
mano de obra barata repartidas por todo el país son
la otra cara de ese “made in China” que ha invadido
las tiendas de todo el mundo, desde los artículos de
las conocidas tiendas de “Todo a 100” a las
lavadoras o la ropa de marca. Y para las
dagongmei, estas fábricas son su casa, su familia,
su celda. En ellas, los supervisores se encargan de
que no descansen y de que la producción nunca
disminuya.
Miles de empresas estadounidenses y europeas -
entre ellas medio centenar de españolas-
subcontratan fábricas chinas similares a esta para
llevar sus productos a Occidente al mejor precio. “Si
no fuera así, no sería rentable y nos iríamos a otro
país”, reconoce un empresario estadounidense que
mantiene cerca de 40 talleres en el delta del río de
la Perla, donde trabajan seis millones de
dagongmei.
No son ni siquiera la décima parte de las que hay
en todo el país, alrededor de 70 millones. La
investigación de un periódico de Hong Kong
descubrió que los juguetes que la multinacional de
hamburguesas Mc Donald´s regalaba en sus
promociones en el país asiático estaban siendo
elaborados en China por adolescentes de entre 12 y
17 años. Las menores trabajaban sin descanso de
siete de la mañana a once de la noche, todos los
días de la semana. En ocasiones la jornada se
alargaba hasta las dos de la mañana a cambio de
un sueldo de 2,60 euros al día y una habitación de
25 metros cuadrados a compartir con otras 15
chicas.
El Comité Industrial Cristiano de Hong Kong, una
ONG que se dedica a rescatar a los pequeños que
trabajan en esas condiciones, envió un equipo de
investigadores a la fábrica subcontratada por la
cadena de restaurantes americana. Las historias
que escucharon se parecían todas a las de Wang
Hanhong, de 12 años: “Mis padres no querían que
viniera. Lloré e imploré para que me dejaran porque
quería ver el mundo. Mi familia tiene otros tres hijos,
pero todos van al colegio. Quiero ahorrar dinero
para que mis padres puedan sobrevivir”.
Círculo vicioso
Es un círculo casi indestructible. Por una parte, las
multinacionales americanas o europeas no tienen
que responder por las condiciones de sus fábricas
en países del Tercer Mundo y ahorran costos
laborales. Por otra, los gobiernos locales tampoco
están interesados en espantar la inversión
extranjera y no se preocupan en hacer demasiadas
preguntas.
Un cuartel militar
En la entrada de la factoría de la marca deportiva
Nike de Jiaozhou, en la provincia de Shandong, se
puede leer su famoso lema: “Just Do It” (Simple-
mente, hazlo). Dentro, 1.500 jóvenes, siempre
menores de 25 años, trabajan 12 horas al día,
según el Comité de Trabajo Nacional (NLC). Se
trata de una pequeña parte de los más de 100.000
chinos que fabrican prendas deportivas Nike en todo
el país, a los que hay que sumar 70.000 personas
en Indonesia y 45.000 en Vietnam. “Con su puerta
de metal y sus barrotes en las ventanas, la fábrica
se parece más a un cuartel militar que a una
factoría”, asegura en su informe NLC, que describe
como “papel mojado” los códigos de conducta
creados por las multinacionales.
Pero son las fábricas de productos “Todo a 100”,
(unas gestionadas y explotadas por empresas
chinas y otras por empresarios extranjeros), las que
peores condiciones tienen. La presión para abaratar
los precios es mayor y detrás del negocio suelen
estar compañías desconocidas que no tienen que
cuidar su nombre. El lema es producir mucho,
barato y rápido. Los accidentes entre las
trabajadoras o los incendios, como el que ocurrió
recientemente en una nave de Shenzhen, en el que
perdieron la vida 80 personas, son contingencias
cotidianas.
La política de contratación en estos talleres del
“Todo a 100” es no admitir a mujeres mayores de 25
años, pero en ocasiones los gestores se saltan su
propia regla si la candidata tiene hijos pequeños
dispuestos a sumarse a la cadena de producción sin
cobrar nada a cambio.
La situación en China es especialmente
desesperante para las víctimas de los abusos
porque el gobierno comunista mantiene la
ilegalización de sindicatos y asociaciones de
trabajadores.
La historia de Roshni
Roshni es una niña de diez años que vive en un
pueblo de la región de Thar, en Pakistán. Tras
sufrir problemas financieros, su padre se vio
obligado a pedir un préstamo a un patrón y tuvo
que dejar a Roshni, a su hermano y a su hermana
trabajando en el telar de alfombras del
prestamista-patrón.
"Quería recibir educación a toda costa y
convertirme en médico. Desafortunadamente,
esto no ocurrió.
Trabajamos muy duro en el telar, de sol a
sol. Al principio fue muy difícil tener que
estar sentada tanto tiempo, pero ahora ya
estoy acostumbrada. Después de trabajar en
el telar durante ocho meses mi sueldo por
día de trabajo es de 40 rupias (menos de 40
céntimos de euro). También hago un poco de
bordado por la noche. Todos mis ingresos
van destinados a cubrir los gastos de los
nueve
miembros de mi familia. Siempre intento
hacer lo que puedo para ahorrar un poco de
mis ingresos y poder ayudar a uno de mis
hermanos pequeños con sus estudios.
Sin embargo, hasta ahora no he
podido ahorrar nada para mi
hermano pequeño. Aun así,
intentaré hacer algo por él si
puedo."
Extraído del informe Save the
Children. Rompamos las cadenas de la
esclavitud infantil.
La historia de Ikram
"Tengo 12 años. Me fui de casa cuando tenía 8
porque mi padre se enojaba mucho y mi madre no
puede decir nada. Mi padre tiene otra mujer y
muchos hijos. A nosotras, las niñas, nos trataba
mal. Los niños pueden ir a la escuela pero las
chicas no le importamos. Así que en cuanto pude,
me fui.
Estuve en unas cuatro o cinco casas
diferentes. Todas iguales. Trabajar, trabajar,
trabajar todos los días, sin descanso. Siempre
vigilada, encerrada. Poder ducharme sólo a
veces, comer las sobras, vestir trapos, dormir
sobre el suelo en la cocina. Estar sola,
siempre, todos los días. Los perros son los
únicos que me saludan.
Le he pedido a la señora que, por favor, me
pague. Al principio me dijo que me pagaría
pero desde que trabajo aquí no he recibido
nada, y de eso ya hace varios meses. Le dije
que si no me pagaba me iría. Entonces me tiró
de los pelos y me amenazó con que si me voy,
me denunciaría a la policía, diciéndoles que
le robé y que me fui con el dinero. Sudo,
tiemblo, tengo frío, pero no puedo parar. Me
duele, me queman las manos, esta escalera es
interminable. Me voy. No sé adonde, no puedo
volver a mi casa, no quiero trabajar en otra
casa de éstas, no sé qué hacer, pero de esta
casa me voy. Sólo quisiera que todo esto
acabe."
Extraído del informe Save the Children. Bajo techo
ajeno